miércoles, abril 12, 2006

V
ÚLTIMA GUERRA GALO-ROMANA
El tratado de Zama puso término al gran duelo entre Roma y Cartago. Cuando, medio siglo después, vuelva la lucha de las dos repúblicas, no será ya para decidir a cual de ellas pertenece el dominio de Occidente: cuestión irrevocablemente resuelta en favor de Roma. Para Cartago se tratará de si debe seguir existiendo como ciudad y como Estado, o desaparecer del mundo. Pues bien: mientras Cartago restauraba sus fuerzas para usarlas más tarde en defensa de la propia existencia, Roma echaba los cimientos de su imperio universal. La guerra de Aníbal le había dejado la doble herencia de otras dos guerras: una contra los galos de la Cisalpina, y otra en Oriente contra los Estados de Macedonia y Siria.
Hallábase la Galia Cisalpina en plena rebelión. A Roma no habían quedado en ella sino las dos colonias de Placentia y Cremona: el país tenía que ser nuevamente conquistado; y los Galos estaban resueltos a defender a toda costa su recobrada independencia. Un oficial cartaginés, de nombre Amílcar, venido a Italia con Magón y quedado allí, tomó la dirección de la lucha. A su llamamiento las tribus gálicas, incluso los cenomanos que hasta entonces habían sido fieles a Roma, se aliaron, y un ejército de 40.000 hombres púsose en movimiento contra las dos colonias padanas. Placentia fue tomada y destruída; pero Cremona, defendida por dos ejércitos romanos, el uno llegado de Ariminum con el pretor L. Furio Purpurión, y el otro capitaneado por el cónsul C. Aurelio Cota, rechazó el asalto, y vio la hueste gálica exterminada bajo sus muros. Amílcar quedó muerto en el campo (554-200 antes de Jesucristo). El Senado ordenó tres días de fiesta para celebrar la gran victoria, y concedió los honores del triunfo a Furio.
Pero otras acciones campales demostraron, en los dos años siguientes, que la matanza de Cremona no había extinguido ni el valor, ni la fuerza ni la resistencia de los galos. En el año 555 (199 antes de Jesucristo) los insubrios llevaron a una emboscada al pretor Bebbio Tanfilo, y le mataron 6.600 soldados. El incauto pretor fue depuesto; pero sus sucesores permanecieron en inacción todo el año siguiente, cuidando solo de la restauración de Placentia, adonde se habían mandado 2.000 colonos (556-198 antes de Jesucristo).
De bien distinto modo fueron las cosas al cuarto año: libre Roma de la guerra macedónica por la victoria de los Cinocéfalos, pudo destinar mayores fuerzas a la gálica: los dos ejércitos consulares de Cetego y Minucio fueron a la Cisalpina en la primavera del año 557 (197 antes de Jesucristo). La discordia que hallaron en el campo enemigo les favoreció. Habiendo dividido el teatro de sus operaciones, Minucio acampó en la tierra de los boios, y Cetego en la de los insubrios: el objeto de esta división era aislar las estirpes gálicas; y se consiguió con creces. Los boios, al ver que llamaban en vano a los insubrios en su ayuda, se separaron de la liga; y a la vez los cenomanos, seducidos por las promesas de Cornelio Cetego, no solo se separaron también de la liga, sino que se pasaron al campo enemigo. Los insubrios, abandonados así a sus propias fuerzas, fueron plenamente derrotados.
Sarcófago de Cornelio Lucio Escipión, en el Vaticano
No menos desastrosa fue para los galos la campaña siguiente (558-196 antes de Jesucristo). Los cónsules L. Furio y M. Marcelo volvieron a derrotar a los insubrios y a los boios, el primero en Como, y juntos luego en Felsina (nombre etrusco de Bononia), cuya capital tomaron. Apenas, dice Livio, pudo salvarse un solo hombre, que diese cuenta al país de la horrible matanza.
Mas, a pesar de tan tremendos golpes, la Galia no estaba aún sometida, y todavía pasaron para Roma cinco años de duros trabajos antes de poder reducir aquel pueblo fiero. En el año 559 (195 antes de Jesucristo) el cónsul L. Valerio Flacco ganó nuevas victorias sobre los boios junto a la selva Litana, aunque sin fruto, por haber tenido que volver luego sus fuerzas a proteger las colonias de Placentia y Cremona.
La reconciliación de insubrios y boios y la aparición de un nuevo enemigo, los ligurios, obligaron al año siguiente (560-194 antes de Jesucristo) al Senado a traer tropas de Hispania y de Oriente para la guerra gálica. A la Cisalpina fue mandado el cónsul Tiberio Sempronio Longo, y a la Liguria fue su colega P. Cornelio Escipión, el vencedor de Zama. Sempronio halló en la frontera de los boios cortado el paso por aquellos bravos mandados por su propio rey. Fue por ellos el cónsul atacado en su mismo campo; mas los rechazó, y se abrió camino hasta Placentia. Menos feliz fue Escipión, cuyo segundo consulado oscureció su gloriosa fama adquirida en la guerra de Aníbal: no sólo no ganó no ganó triunfo alguno sobre el enemigo, sino que ni evitó siquiera la invasión de éste en Etruria. Y de aquí la nueva necesidad de refuerzo para el año siguiente, en que Q. Minucio Termo logró arrojar de Etruria a los invasores y salvar a Pisa. Su colega L. Cornelio Merulo ganó a los boios en Mutina (moderna Módena) una gran batalla en que la caballería romana dejó sobre el campo 14.000 bárbaros (561-193 antes de Jesucristo). Al año inmediato, vense de nuevo en la Cisalpina dos ejércitos consulares; pero no se recuerda acción alguna importante de su campaña. En cambio, sabemos que uno de los cónsules, L. Quincio Flaminino, hermano del vencedor de Filipo de Macedonia, fue expulsado del Senado por el acto cruel de haber dado él mismo la muerte, accediendo al capricho de cierto doncel que le acompañaba, a un noble boio que venía a ponerse bajo el pabellón romano.
La victoria decisiva sobre los boios fue ganada por el sucesor de Flaminino, P. Cornelio Escipión Nasica (1). Después de este último golpe, aquel altivo pueblo se sometió por fin, y Roma le concedió la paz mediante la anexión de la mitad de su territorio, que fue colonizado. La primera colonia se compuso de 3.000 familias en Bononia (moderna Bolonia), a quienes se hicieron mayores concesiones de las usuales: los infantes recibieron 50 yugadas de tierra, los caballeros 70 (565-189 antes de Jesucristo). Seis años más tarde, se enviaron también colonias romanas a Mutina y Parma, con 2.000 colonos cada una, y otra latina a Aquileia. Hiciéronse a la vez en el país caminos militares que lo uniesen a Roma. El cónsul M. Emilio Lépido dio su nombre al que iba de Ariminum a Placentia (vía Aemilia) como continuación de la vía Flaminia; y su colega C. Flaminio, hijo del famoso demagogo, construyó otra vía a través del Apenino, como continuación de la Cassia, que conducía de Arretium a Bononia (567-187 antes de Jesucristo).
(1) Livio cuenta que el soberbio Nasica se jactó ante el Senado de no haber dejado vivos en la Galia sino viejos, mujeres y niños. En el cortejo triunfal se enseñó al pueblo el inmenso botín de allí traído.