XIV
ESPURIO MELIO
El fin de Espurio Melio demuestra la interesada facilidad de los patricios para acoger toda sospecha odiosa contra la plebe. Era Melio un rico plebeyo; le llamaban Feliz por su opulencia. Reinaba en la ciudad (314-440 antes de Jesucristo) gran carestía; y no bastando los socorros que con permiso del Senado buscó y propuso L. Minucio, prefecto de víveres, para subvenir a las necesidades de las clases pobres, Espurio ofreció sus riquezas; y en el año siguiente, durando aún la carestía, ofreció de nuevo sus recursos. El Senado vio con malos ojos esta gran liberalidad, y parecióle que, desinteresada y todo, entrañaba peligros para las públicas libertades, por la devoción que había despertado en los proletarios respecto de su bienhechor. Esta sospecha, unida al odio celoso contra la plebe, inventó bien pronto el crimen de lesa majestad (autosacralización); y el patricio C. Servilio, invocando contra Melio la ley fundamental de sacrando cum bonis capite ejus, qui regni occupandi consilia iniiset, le dio muerte. Así lo relata la versión primitiva del suceso. Los escritores del comienzo del cesarismo, a pesar de creer en la culpabilidad de Melio, encontraron, sin embargo, demasiado cruda la versión, y contraria a la honra del patriciado romano; e inventaron, en su virtud, una tercera dictadura del octogenario Cincinato, haciendo comparecer ante él al matador de Espurio, C. Servilio, jefe de sus caballeros, y justificando su crimen con razón de la desobediencia de aquel, a quien se declaró rebelde al llamamiento del dictador que lo había citado ante su tribunal. Y ya en el camino de las invenciones, supusieron también honores conferidos en esta ocasión, tanto al tiranicida como al prefecto de víveres, Minucio. Pero todas estas fantasías demuestran la inocencia del infeliz Melio. No pudiendo sus enemigos convertir la liberalidad en crimen, se inventó la rebelión, y se hizo aparecer en esta sangrienta escena al venerable Cincinato, para ocultar una infame venganza con la pretendida tutela de las instituciones patricias.
Logróse, empero, el injusto propósito. Cicerón exclama: Quis autem est, qui Tarquinium Superbum, qui Sp. Cassium, Sp. Maelium non oderit? (1). Y los asesinos de J. César invocaron el precedente de Servilio Ahala para ser proclamados salvadores de la libertad romana. Pero a la vez que la indeterminación del crimen en el relato constituye una evidente prueba de la inocencia de Espurio, la injusticia de su condena resalta, por un lado, en el destierro impuesto al mismo Ahala por las centurias, y por el otro, en la resolución tomada por el Senado de restablecer para aquel año el Tribunado Consular. En el primer hecho va envuelta la venganza popular contra el homicida; en el segundo, el arrepentimiento del Senado, que le inspiró, si no su razón moral, su prudencia política. A despecho, no obstante, de la elocuencia de estos hechos, mantúvose la falsa opinión de la criminalidad de Melio; y este hombre magnánimo, después de tener en su violento fin el galardón único de su liberalidad, tuvo además la execración de su nombre, como aconteció a Casio, y como debía acontecer a Marco Manlio; tres víctimas expiatorias de los triunfos forenses de la plebe.
(1)Cicero, Laelius de Amictia, 28.
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