III
TULIO HOSTILIO
Con el tercer rey de Roma, Tulio Hostilio, la tradición entra en un nuevo aspecto. Concluye, según ella, el período de la fundación, y empieza el del desarrollo; ya no es necesario el elemento sobrenatural, y su desaparición pone en luminoso relieve el lado histórico del relato.
La gran obra de Tulio Hostilio es la destrucción de Alba Longa. No se sabe que fue de la monarquía albana después de la muerte de Numitor. Cumplido su objeto de unir el fundador de Roma a la dinastía de Alba, la leyenda no se cuida más de los reyes de esta; y cuando la ciudad vuelve a entrar bajo su dominio, le da por cabeza a un Cluilio, sin condición determinada. Acaso ese Cluilio no existió, y su invención no es más que un mito etimológico, deducido del nombre de la fosa en cuyas inmediaciones se supuso acampados los dos ejércitos, romano y albano. De este modo se comprende su repentina sustitución en el teatro de la guerra por Mettio Fufecio, a quien se cita como el solo adversario de Hostilio. Acaso fueron también imaginarias, como la de Cluilio, las figuras de los Horacios y Curiacios, hermanos nacidos de madres gemelas; con cuya ficción poética fueron simbolizadas las dos ciudades que fundó la misma dinastía, y las tribus en que sus respectivos pueblos se dividieron.
Mas, prescindiendo de estos ingertos legendarios de la tradición, no puede negarse a su parte substancial cierto valor histórico. Tiénelo, en efecto, la destrucción de Alba por Roma en el primer período del gobierno regio, esto es, antes de que a sus primeras instituciones sociales, el Imperium y el Pontificado, se añadiese, por la constitución de Servio Tulio, el elemento popular. La existencia de aquella antigua metrópoli del Lacio ha sido, además, atestiguada por las colosales murallas del templo de Júpiter sobre el monte Cavo, que fueron derribadas en el siglo último (1783), y aplicadas parte a la erección de la iglesia levantada sobre sus ruinas, y parte en las tapias de un jardín claustral.
Consecuencia de la caída de Alba Longa, y de la traslación de sus nobles a Roma, formando una nueva tribu, fue la preponderancia que en ella adquiriera el elemento latino sobre el sabino, el elemento monárquico sobre el sacerdotal. No asistió este pasivamente, por cierto, a semejante alteración del eje social. De su hostil reacción nos dan cuenta los cargos que a los sacerdotes mereció Hostilio por haber descuidado las ceremonias religiosas de Numa; los vaticinios que se le hicieron sobre la venganza celeste; su propia muerte violenta y su sucesión en el trono por Anco Marcio, pruebas todas de que aquella reacción sacerdotal triunfó al principio, hasta caer después, y para siempre, vencida, con el advenimiento de los Tarquinos.
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