jueves, octubre 27, 2005

III
LOS GALOS (1)
La tradición hace llegar los galos a Italia en el reinado de Tarquino Prisco; pero esta fecha no solo resulta inverosímil por el hecho de indicar sus autores a Belloveso como fundador de Massilia (Marsella) (2), llamando a la vez florenciente y populosa a esta ciudad, que por entonces naciera, sino que tiene en su contra el testimonio de los más respetables historiadores. Éstos convienen en que entre la venida de los galos a Italia, y el incendio de Roma por ellos, medió corto espacio. Quizás podrían concertarse ambas versiones admitiendo que los galos, en vez de aparecer en Italia divididos en tribus independientes, bajaron a ella de un golpe y en unión formidable, como los normandos de la Edad Media lo hicieron para hacerse dueños de nuestro Mediodía.
En este caso, Belloveso, que en la tradición figura como jefe de la expedición entera, no sería más que cabeza de una tribu, la de los insubrios; y su celebridad provendría de haber asociado su nombre a la fundación de Milán (Mediolanum). Por lo demás, al establecer la tradición una coincidencia cronológica entre la conquista del Melpum (nombre etrusco de Milán) por los galos y la de Veyes por Roma, demuestra que el movimiento de los invasores en el valle del Po, y en la región situada a la izquierda del gran río, duraba aún la víspera de la expedición romana. Al cesar la invasión hallamos las tribus conquistadoras distribuídas en el país que de ellos tomó el nombre de nueva Galia, o Galia Cisalpina, en la forma siguiente: en la región Transpadana estaban los insubrios y los cenomanos, los primeros confinando al Occidente con las tribus ligurias de los taurinios y salasios, y los segundos al Oriente con el pueblo ilírico de los vénetos: Mediolanum era la capital de los insubrios, Brixia (Brescia), de los cenomanos. Entre las dos regiones Transpadana y Cispadana estaban los boios, la más numerosa y potente de las tribus gálicas, poseyendo a la orilla del Po a Lans Pompei (Lodi), a la derecha a Bononia (Bolonia), Parma y Mutina (Módena); y sus vecinos en la Cispadana eran los ligonios en Ravenna y los senonios en Senogallia. Entre el Po, la Trebia y el Apenino, habitaba la tribu liguria de los ananios, confinando al norte con los boios.
Los pueblos a cuyas expensas había surgido aquel vasto imperio bárbaro en Italia, eran los etruscos, los umbrios y los picentes. Los primeros habían sufrido el mayor daño, cuya medida no estaba aún llena. Los senonios, sea porque no se hallasen gustosos en su región, sea porque no se contentasen con una vida tranquila, invadieron la Etruria propiamente dicha, y sitiaron la ciudad de Clusium (Chiusi), contestando a las reclamaciones contra esta violación del derecho de gentes, que "la tierra es el patrimonio del más fuerte" (364-390 antes de Jesucristo).
Aquí fabrica la tradición un vasto tejido de hechos legendarios, de entre los cuales es bastante difícil sacar lo verdadero. Desde la intervención de los romanos en la cuestión de los clusinios, hasta la partida de los galos de Roma, después de haberla incendiado, el relato tradicional, que nos transmite Livio, rebosa de contradicciones y de inverosimilitudes. Los clusinios, aunque, según la afirmación del mismo Livio, nunca habían estado en relaciones de alianza, ni de amistad con Roma, pídenla, sin embargo, y el Senado les manda a los tres hermanos Fabios, hijos del pontífice máximo M. Fabio Ambusto. Éstos invitan primero a los galos a marcharse, y no habiendo sido oídos, únense a los clusinios para la refriega, en la cual uno de los enviados mata a un oficial de los galos. De aquí las querellas de éstos, a las que el pueblo romano responde eligiendo como tribunos consulares a los tres hermanos cuya destitución se pedía.
Diodoro cuenta de otro modo los hechos, y con más verosímil criterio. Según él, el Senado envió a Clusio dos ciudadanos, cuyo nombre no dice, para que conocieran las fuerzas que los bárbaros traían. No hubo, pues, con arreglo a esta versión, verdaderos legados, sino meros exploradores. Y si se considera que Clusio distaba de Roma solo tres días de camino, no parece extraño que la ciudad se preocupase de la aparición de los invasores en Italia, y tratase de proveer a su seguridad propia. Diodoro no menciona sino la reclamación contra uno solo de los enviados, y añade que, admitida por el Senado, fue negada por las centurias, a las que acudió el tribuno consular, padre del acusado. Puede sospecharse, por tanto, como observa con agudeza Schwegler, que en la tradición común se recargaron las tintas para poder atribuir la derrota de los romanos y la destrucción de la ciudad a la venganza de los dioses, librando así del oprobio a los vencidos. Y en este intento de disminuir la vergonzosa derrota de los romanos, se inspira también Livio cuando dice que Roma, en la repentina confusión producida por el asalto bárbaro, no pudo disponer sino de un exercitus tumultuarius. Una ciudad organizada militarmente no necesitaba mucho tiempo para poner en armas un ejército; y que el tiempo no le faltó lo atestiguan Polibio y Diodoro, aquel contando que se pidió auxilio a los aliados, cuyas fuerzas podían sumar 40.000 hombres, y éste añadiendo que el jefe de los galos hizo también venir refuerzos de su patria.
(1) Con este nombre (contracción de Galati) eran llamados antiguamente los habitantes de la moderna Francia, para distinguirlos de las otras naciones célticas (Briti y Galeci). Los galos eran un pueblo batallador. De aquí su constante inquietud, su fiebre de aventuras y la expansibilidad de su raza. Pero estas cualidades solo dieron resultados negativos. Los galos consiguieron destruir algunos Estados, mas no supieron fundar ninguno grande, ni una cultura en que el sentimiento nacional pudiese educarse.
(2) Massilia fue fundada por los focenses de la Jonia, el año 597 antes de Jesucristo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esto no sirve para nada