VII
BATALLA DE SENTINO
Pero la Italia no podía caer a los pies de Roma por efecto solo de sus victorias parciales sobre algunas naciones. Por mucho que estas confiasen en sus propias fuerzas, no era posible que dejase de llegar un momento en que conocieran lo que las perdía el aislamiento. Los primeros que intentaron salir de él fueron los samnitas, y de éstos partió la iniciativa de una alianza, que pudiera salvar la independencia de los pueblos itálicos. Los coaligados eran los samnitas, los etruscos, los umbrios y los galos: el campo fue fijado en el Sentino (hoy Fabriano) en la Umbría, cerca del país de los enenios.
Jamás fue vista tal unión de fuerzas en Italia, ni jamás los destinos del mundo antiguo tuvieron tan decisivo momento como aquel. Roma comprendió toda su gravedad, y a justó a ella sus preparativos. Había primero esperado impedir la formación de la liga; pero el cónsul Appio Claudio no confirmó como estratégico la fama que como administrador tenía. Fuerza fue, por tanto, recurrir nuevamente al anciano Fabio y a P. Decio, a, a cuyos dos ejércitos consulares, provistos de fuerte caballería, se añadieron otros tres: uno, bajo el mando del procónsul L. Volumnio, debía acampar en el Samnio; los otros dos, como cuerpos de reserva fueron colocados cerca de Roma, para poderlos mandar adonde la necesidad aconsejase. Una estratagema de Fabio mermó las filas del enemigo antes de que la lucha comenzase. Mandó, en efecto, avanzar las dos reservas en la dirección de Clusio, dándoles orden de devastar a su paso las tierras de Etruria. ¡El viejo cónsul conocía a sus enemigos! Al anuncio de esta devastación, las milicias etruscas dejaron al ejército aliado y acudieron a su patria para proteger las tierras. ¡Cuánta diferencia entre este pueblo y el samnita! Éste abandona su país a merced del enemigo, para no aminorar la unión de las fuerzas concertadas, y defender con ellas la independencia de las naciones; aquel, por el contrario, no se preocupa del porvenir, y, para proteger sus campos abandona el puesto que el honor y el verdadero interés de la patria le habían confiado.
Tuvieron, pues, los romanos que combatir en el Sentino solo contra los samnitas, galos y umbrios. Gelio Egnacio, autor de la liga, obtuvo su mando en jefe. Frente a los samnitas y a los umbrios se puso Fabio con el ala derecha; contra los galos colocóse Decio con la izquierda. Aquel, hábil y previsor, deja que se entibie el ardor batallador del enemigo, para poder acometerle cuando empiece a invadirlo el cansancio. El segundo, impetuoso y violento, ataca inmediatamente las filas contrarias, y causa la ruina de su propio ejército antes de que sobre el otro campo se haya empeñado la lucha seriamente. La caballería de los galos, y sobre todo sus carros de guerra, vistos entonces por primera vez por los romanos, habían ya espantado a las legiones de Decio; y entonces éste, recordando a su padre en Veseri , siguió su ejemplo sacrificando su vida y la hueste enemiga a los dioses infernales, por la salvación del ejército romano. Y como en Veseri, dio en Sentino sus frutos el sacrificio del heróico capitán: el ala izquierda, reforzada con parte de la reserva que le envió Fabio, se repuso y en tanto que ella sostenía a pie firme el ataque de los galos, la caballería de Campania, arrojada por Fabio sobre los flancos de aquellos, acabó por desbaratarlos. En aquel mismo instante los romanos vencían también en el ala derecha. Entre los que allí perecieron estaba el valeroso Gelio Egnacio, que con una gloriosa muerte coronó su vida heróica.
Después de la jornada de Sentino, la guerra entre Roma y el Samnio duró aún cuatro años; pero fue la lucha de un pueblo que solo puede aspirar a salvar su honor, porque su independencia y su libertad están irreparablemente perdidas. La desleal Etruria completó su defección estipulando con Roma una tregua de cuarenta años bajo condiciones humildísimas. Las tres ciudades capitales de la región, Volsinio, Perugia y Arezzo, obligáronse a pagar 500.000 ases cada una y a proveer de vestidos y víveres a las tropas romanas destacadas en ellas (460-294 antes de Jesucristo).
El Senado romano
Penetrada en su destino, la noble nación samnítica le hace frente con ánimo indómito. No invoca el favor de los dioses: pero los hace partícipes en su desgracia, ya que en aquella antigüedad la guerra de las naciones era a un tiempo guerra de dioses. En un campo cerrado, cubierto de lino, el gran sacerdote Ovio Paccio cumple el sacrificio según el antiguo rito. El embratur (emperador) introduce a los principales de la nación; y allí, en medio de las víctimas palpitantes y de los altares de los dioses, aquellos ciudadanos formulan la maldición contra sí mismos y sobre sus familias y hogares si llegasen a huir ante el enemigo, o dejasen con vida a un fugitivo. Diez y seis mil, dice Livio, hicieron este juramento (461-293 antes de Jesucristo), y lo mantuvieron; el cual, si no les dio la victoria, les salvó el honor. En Aquilonia, los samnitas fueron de nuevo vencidos. El cónsul Papirio Cursor, hijo del héroe de la segunda guerra samnítica, llevó a Roma 1.330 libras de plata y dos millones y medio de ases obtenidos por la venta de los prisioneros. La estatua colosal de Júpiter en el Capitolio, que se veía desde el monte Albano, fue construída con esta presa.
Pero los samnitas no se dieron aún por vencidos; y en el año siguiente consiguieron obtener alguna ventaja sobre el enemigo. Mas la llegada del anciano Fabio en calidad de enviado cerca de su inepto hijo, volvió a restaurar la suerte de las armas romanas, y a dar el último golpe a la resistencia de los vencidos. Para ser uncido al carro del cónsul triunfador, fue llevado entre cadenas Poncio Telesino, que mandaba a los samnitas en la última jornada. Ignórase si este era el autor del tratado caudino, o su hijo. De todos modos, fue una barbarie inútil, un innoble uso de la victoria el suplicio de aquel hombre; y si fue una venganza, fue indigna de un pueblo a quien la Italia entera ya obedecía.
Después de esta jornada, que ha quedado sin nombre, no vuelve a hablarse de encuentros militares, y solo se recuerda la ocupación de Roma de algunas ciudades como Cominio y Venusia, que lo fueron por el cónsul Postumio.
Venusia, situada en el camino de Malevento a Tarento, cerca de la frontera de Apulia y Lucania, tuvo, por razón de la extraordinaria importancia de su posición, 20.000 colonos (463-291 antes de Jesucristo).
El año inmediato fue por fin firmada la paz entre Roma y el Samnio. Con ella se cerraba medio siglo de guerras, en el cual se formó el poder itálico de Roma. Y aunque el texto del tratado de 464 (290 antes de Jesucristo) no nos sea conocido, la circunstancia en que fue pactado, y su puntual observancia por parte de los samnitas, demuestran claramente que con él empezó la sumisión del Samnio a la victoriosa República. Ésta no envió colonias al país, ni exigió a los samnitas concesiones territoriales; y quizá continuó honrándolos con el título de aliados, en el convencimiento de que eran de hecho sus súbditos, y de que un día serían también defensores de la majestad romana.
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